Más que una profesión
Definirse solamente en relación con la propia actividad profesional es una mezquindad hacia nuestra persona, porque en realidad somos mucho más que nuestro trabajo: somos la sumatoria de quienes somos también como hijos, hermanos, padres, amigos, pareja, ciudadanos, humanos. Nos definen nuestras relaciones, nuestros valores, nuestros conocimientos y nuestras acciones.
Vengo de una familia unida, con nuestras similitudes y diferencias, encuentros y desencuentros, aciertos y desaciertos, defectos y virtudes, pero unida al fin. Tengo una relación muy bella con mis padres, mi hermana y mis dos hermanos, basada (desde mi vivencia personal) en la libertad, la responsabilidad y el respeto.
Existe muy poca diferencia de edad entre mis hermanos y yo, así que nos hemos criado prácticamente como amigos y, a la vez, compartiendo amigos. Nuestra casa siempre ha sido muy ruidosa. De pequeños siempre había alguna visita, un amigo que se quedaba a dormir, un vecino que golpeaba la puerta para venir a jugar, algún compañerito que restaba a tomar la leche luego de terminar de hacer la tarea de la escuela.
Si bien mis padres eran empleados con sueldos humildes y teníamos poco dinero, nunca nos faltó un plato de comida y, dado que «donde comen dos, comen tres», jamás se negó un plato extra en la mesa para un comensal inesperado. La amistad y la solidaridad han ido siempre de la mano en nuestra vida cotidiana. Los valores que mis padres trasmitieron a través de sus acciones y palabras siguen vigentes en nuestra familia, ahora multiplicada con la llegada de nietos y bisnietos.
En casa siempre hubo libros y herramientas para el ocio, el estudio y el trabajo. Libros y herramientas actuaron en combinación a lo largo de nuestra vida: ¿Rompiste algo y tienes que arreglarlo? Lee cómo se hace. ¿Quieres aprender cómo construir un juego? Lee. ¿Estás aburrido? Lee. ¿No sabes cómo se escribe una palabra? Agarra el «mataburro» (denominación oficial del diccionario en mi familia). Mis padres fomentaron el trabajo responsable y con excelencia, porque «el haragán tiene doble trabajo»; incentivaron en nosotros la curiosidad, la proactividad, el cuidado, el aprendizaje autónomo y la resolución de problemas. Y cuando estas cualidades nacen y crecen en el seno familiar, trasladarlas a todos los otros ámbitos de nuestra vida no solamente es natural, sino hasta inevitable.
